Cabalgata de los Reyes Magos.
Con magia o sin ella, lo cierto es que pasan cosas raras. Ayer había decenas de miles de burgaleses en la calle y no protestaban por nada. Ni siquiera estaban enfadados. Los niños daban las órdenes a los padres (mucha carrera militar en incubación hay por ahí) y encima hoy se madruga y no es para ir a currar (la mayoría). Así que eso es lo que se cuece cuando tres señores de edad incierta y subidos a carrozas imposibles se pasean por las calles antes de allanar moradas sin que eso constituya delito.
Aliada con el buen tiempo (ni a Baltasar se le cayó el moquillo), la tradicional cabalgata de Reyes regó de buenas caras la ciudad durante más de dos horas (y eso que salió clavada a las seis de la tarde desde Gamonal) hasta que sus Majestades alcanzaron el Portal de Belén en el que ‘Sanjo’, como el maestro de ceremonia, el gran Chambelán, rebautizó al padre de la criatura, la Virgen y el Niño esperaban la llegada de su ofrenda. Oro (lingotes como bizcochos), incienso (la plaza del Cid oliendo a seminario) y mirra (una preciada resina aromática utilizada en la antigüedad para hacer perfumes y pociones) a los pies del honrado.
Pero antes... Antes tocaba desfile. Primero la Policía Local, que se llevó el aplauso del respetable (¿será por el acuerdo?), luego los Bomberos y las danzas de María Ángeles Saiz, los emisarios de Innovarte (que este año han recogido las cartas subidos en un segway) y el impactante pájaro azul de los franceses Planet Vapeur. Porque sí, en esto del teatro de calle a los gabachos no hay quién los tosa. Y llegó Gaspar. Recibido, como sus colegas, a pie de carroza por el alcalde, Javier Lacalle, que se pasó toda la cabalgata fiscalizando su marcha con el presidente del IMC(Fernando Gómez) y el concejal de Festejos (José Antonio Antón).
Mientras Melchor hacía aparición desfilaron los grupos de danzas de Diego Porcelos y Los Zagales, seguidos de las ‘escaleras hacia el cielo’ de Cal y Canto. También Justo del Río y Nuestra Señora de las Nieves, con los galos de Des Quidans y sus grandiosas esferas escoltaron a sus majestades («medusas que vigilan que los niños duerman bien esta noche»), secundados por los poderosos efectos lumínicos de los extravagantes seres de Les Lutins Refractaires.
Y antes de llegar el más aclamado (no vean qué tirón tiene Baltasar), el tren turístico colmado de regalos. Aquí la niña de detrás se mosqueó bastante. Le había preguntado a su padre dónde estaban todos los regalos porque «en los camellos no les pueden caber todos». El padre se puso resolutivo y dijo que es que los Reyes «tienen un almacén en Villalonquéjar». Había tragado hasta que apareció el tren y vuelta la burra al trigo.
De cierre, y por si acaso a alguno los 4.000 kilos de caramelos y las toneladas de regalos en camino le hacen bajarse de la realidad, los duendes carboneros de Ronco Teatro. Eso sí, de que toque, advertían que «es del Bierzo, producto nacional», pero sospechaban, tal vez con acierto, que este año se van a quedar sin existencias. Incluso podrían haber estado en su casa, que nunca se sabe. Si no ha sido así, felices Reyes
Aliada con el buen tiempo (ni a Baltasar se le cayó el moquillo), la tradicional cabalgata de Reyes regó de buenas caras la ciudad durante más de dos horas (y eso que salió clavada a las seis de la tarde desde Gamonal) hasta que sus Majestades alcanzaron el Portal de Belén en el que ‘Sanjo’, como el maestro de ceremonia, el gran Chambelán, rebautizó al padre de la criatura, la Virgen y el Niño esperaban la llegada de su ofrenda. Oro (lingotes como bizcochos), incienso (la plaza del Cid oliendo a seminario) y mirra (una preciada resina aromática utilizada en la antigüedad para hacer perfumes y pociones) a los pies del honrado.
Pero antes... Antes tocaba desfile. Primero la Policía Local, que se llevó el aplauso del respetable (¿será por el acuerdo?), luego los Bomberos y las danzas de María Ángeles Saiz, los emisarios de Innovarte (que este año han recogido las cartas subidos en un segway) y el impactante pájaro azul de los franceses Planet Vapeur. Porque sí, en esto del teatro de calle a los gabachos no hay quién los tosa. Y llegó Gaspar. Recibido, como sus colegas, a pie de carroza por el alcalde, Javier Lacalle, que se pasó toda la cabalgata fiscalizando su marcha con el presidente del IMC(Fernando Gómez) y el concejal de Festejos (José Antonio Antón).
Mientras Melchor hacía aparición desfilaron los grupos de danzas de Diego Porcelos y Los Zagales, seguidos de las ‘escaleras hacia el cielo’ de Cal y Canto. También Justo del Río y Nuestra Señora de las Nieves, con los galos de Des Quidans y sus grandiosas esferas escoltaron a sus majestades («medusas que vigilan que los niños duerman bien esta noche»), secundados por los poderosos efectos lumínicos de los extravagantes seres de Les Lutins Refractaires.
Y antes de llegar el más aclamado (no vean qué tirón tiene Baltasar), el tren turístico colmado de regalos. Aquí la niña de detrás se mosqueó bastante. Le había preguntado a su padre dónde estaban todos los regalos porque «en los camellos no les pueden caber todos». El padre se puso resolutivo y dijo que es que los Reyes «tienen un almacén en Villalonquéjar». Había tragado hasta que apareció el tren y vuelta la burra al trigo.
De cierre, y por si acaso a alguno los 4.000 kilos de caramelos y las toneladas de regalos en camino le hacen bajarse de la realidad, los duendes carboneros de Ronco Teatro. Eso sí, de que toque, advertían que «es del Bierzo, producto nacional», pero sospechaban, tal vez con acierto, que este año se van a quedar sin existencias. Incluso podrían haber estado en su casa, que nunca se sabe. Si no ha sido así, felices Reyes
Comentarios