Saben esas noches de finales de la primavera que ya 'huelen' a verano? Cuando se aprecia el olor a hierba recién cortada, las ventanas de las casas se abren para que entre la fresca –y salgan los olores de la cena y las conversaciones domésticas– y las terrazas de los bares se llenan de personas que se resisten a abandonar la calle... Este preludio, alegre para la mayoría, es la antesala de una época de desgracias para algunos profesionales que saben que, como cada año, el verano se cobrará una 'cuota' macabra de chavales jóvenes que van a acabar en una silla de ruedas por una lesión medular tras una mala zambullida. Siempre pasa. Y lo peor es que no tendría por qué. «Cada año hay una media de 8 a 10 personas a las que les pasa esto en España y un tercio terminan aquí después de pasar un tiempo en los hospitales que les han atendido inmediatamente después del accidente», explica Ángel Gil Agudo, miembro de la Sociedad Española de Rehabilitación y Medicina Física (SERMEF) y jefe del Servicio de Rehabilitación del Hospital Nacional de Parapléjicos, situado en Toledo.
Su mayor deseo es que «este verano que acaba de empezar» rompa la implacable rutina de los números. Porque, en estos momentos, ese chaval que acaba de terminar el curso, esas chicas que se van de fin de semana o ese grupo de 'ya no tan jóvenes' que por fin se juntan al amainar la pandemia pueden terminar sin movilidad el resto de su vida sólo por una mala decisión. «Sí, lamentablemente la historia se repite cada año. La mayoría son varones de 20 a 40 años que al tirarse al agua sufren una lesión cervical alta y quedan tetrapléjicos. La médula es como un cilindro formado por piezas. Cuanto más arriba se produce la lesión, más músculos quedan afectados. Y, por supuesto, si el golpe es muy grande, muchos se matan», indica.
En el Hospital Nacional de Parapléjicos están acostumbrados a trabajar con chavales que, en un momento de euforia se tiraron de cabeza donde no debían y de forma incorrecta. Que rebobinan una y otra vez su recuerdo y darían lo que fuese por volver atrás. «Cuando paso por algún sitio donde veo carteles de 'prohibido tirarse al agua' y veo que la gente lo hace...», suspira el experto, uno de los mejores en su campo. «Un salto, sin pensar, puede cambiarlo todo», dice apesadumbrado.
Una mala zambullida
El momento terrible viene precedido, normalmente, de ese afán juvenil de retarse a uno mismo, de inmediatez, de no pensar en las consecuencias. Gil describe la secuencia que ha oído mil veces. «Suele pasar en aguas turbias. En piscinas es más raro que ocurra. Para colmo, no se tiran con los brazos extendidos, algo que amortigua el golpe. «Muchos caen hasta haciendo volteretas en el aire», apunta.
«Antes de tirarse de cabeza hay que meterse, comprobar cuánto cubre y verificar si hay piedras o elementos como troncos o ramas que hayan podido ser arrastrados hasta allí», advierte. Merece la pena ser cauto, porque las consecuencias son dramáticas. El tipo de lesión medular común como consecuencia de una mala zambullida se produce a nivel cervical, lo que genera una tetraplejia. Si la lesión es completa, se traduce en falta de movilidad y de sensibilidad, pérdida de funciones como el control de los intestinos o de la vejiga, espasmos o cambios en la función sexual, entre otros.
Qué hacer con un accidentado
Ya se ha producido el desastre. La persona se ha tirado y el golpe ha producido una flexión en la zona cervical que ha dejado tocada la médula. Aún se desconoce el alcance de la lesión, claro. ¿Qué hacemos si somos testigos de algo así? Si sospechamos que puede haber daño medular, debemos ser muy cautos e incluso ir contra el instinto natural «de coger al accidentados entre tres o cuatro, uno por cada extremidad, y meterlo en un coche particular» para trasladarle rápido a un centro hospitalario. « ¡Eso nunca. Podemos empeorar la lesión y dejarle todavía con menos movilidad, porque aumentamos el desplazamiento de las vértebras! Lo primero es sacarlo del agua, es decir, salvarle la vida, claro. Pero luego lo correcto es tumbarlo recto en una superficie rígida, boca arriba, y llamar a emergencias –explica–. Es importante mover el cuerpo en bloque para que no se produzcan lesiones a nivel del cuello y no mover la columna. Comprobar que puede respirar y, si no puede, liberar su vía aérea». La clave, según Gil, es que seamos conscientes de que «podemos empeorarlo todo», de modo que lesiones que eran parciales terminen haciéndose completas. Por ello, pide que se intervenga lo menos posible. Los sanitarios ya conocen el protocolo para trasladar correctamente al accidentado al hospital, «donde les valoran, les operan y les estabilizan».
Y después... la vida sigue
Cuando los médicos ven lo que Gil denomina «una catástrofe radiológica» y hacen las primeras valoraciones, ya se hacen una idea del alcance que va a tener la lesión y de lo afectada que va a quedar la víctima. Son muchos años de experiencia y los milagros, si los hay, Gil no los ha visto. Todo es bastante previsible, pero no del todo. «Intuyes cómo va a quedar de forma definitiva, sí, pero no lo sabes del todo porque depende de la sensibilidad que tenga el paciente... y es una sensación que varía de una persona a otra y que sólo se aprecia en una exploración clínica (cuando el especialista te revisa y te pregunta si sientes algo aquí o allí)», detalla. Así que la mala noticia va por episodios. En el hospital donde ingresa el afectado en el primer momento se le plantea la situación general, pero se dejan flecos. Al llegar al Hospital de Parapléjicos, ya conocen más detalles. ¿Cómo reacciona un jovencito al conocer el destino que le espera por una imprudencia suya? «Las reacciones son muy dispares y las consecuencias, devastadoras. Ya no sólo para su vida, claro, también para su familia, para la relación con su pareja... y luego, a todo esto, le acompañan las consecuencuas económicas. Si tienes una lesión medular en un accidente de tráfico, te dan una indemnización, pero en estos casos de zambullidas, no». Y el dinero, como en casi todo, importa, tanto para mejorar la calidad de vida del paciente como para acondicionar su vivienda. «Se dan de bruces con la realidad, pero intentamos que no se culpabilicen y que acepten el nuevo rol que les ha tocado –añade Gil–. Para ello, el apoyo del entorno es clave».BURGOSCONECTA.
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