Igual que Santo Tomás no se creyó la resurrección de Jesucristo hasta que no palpó sus heridas, aquel señor que acudió al concierto de Frío receló de que una mujer tocara el teclado hasta que acarició sus teclas y comprobó que, efectivamente, eran de verdad y nada había grabado. Eran los años 90 y los roqueros no estaban acostumbrados a ver a mujeres encima del escenario, si acaso alguna cantante. Cierto es que eran pocas. Y entre ese puñado se encontraba la indómita e incombustible Daría Ras. La música burgalesa tira de recuerdos, anécdotas y reflexiones junto a otras pioneras del rock en el documental Ellas son eléctricas, de Leo Cebrián Sanz y Paco Manjón, que se proyecta en la Casa de Cultura de Gamonal este lunes (19 h., entrada gratuita), con la participación de los directores, de la artista burgalesa y de dos colegas suyas, Mirian Umbra (Orion Saiph) y Sara Vitrola, que capitanea el proyecto Rockin' ladies, una plataforma que visibiliza a las mujeres del rock y metal de España, que traerá una jam session el 22 de abril al Salón Círculo de Ana Lopidana.
Daría Ras tenía 15 años cuando la pagaron por primera vez por cantar. Tocaba con su guitarra, en plan cantautora, luego se enamoró del piano y después de Jon Lord, el teclista de Deep Purple. «El rock me pilló completamente. ¡Qué caña tenía ese órgano! Yo quería hacer esa música». Tenía 16 o 17 años. Se vistió de cuero negro y se cardó la melena. «Pasaba por Gamonal y se volvía todo el mundo a mirarte. Pues más razones para transgredir», resalta la roquera, que en esos años conoció a sus compañeros de Frío, con los que aún sigue en la carretera (el lunes, tras el coloquio, se proyectará el videoclip de Besos de dolor, su última canción, un acercamiento a los sentimientos de una mujer maltratada).
«Fue una época dura, muy bonita y muy intensa. En aquel momento había muchas bandas emergentes y era el resurgir cultural de España. Había una efervescencia fantástica», aboceta sobre unos años 80 y 90 en los que la escena roquera era un auténtico patriarcado. «Había mucho machismo en el rock. Costaba mucho que la gente entendiese que una mujer hacía rock. Habían asimilado que nos dedicábamos solo a lo melódico, suavecito... y se sorprendían muchísimo», anota y aclara que esa discriminación nunca vino por parte de sus compañeros de Frío. «Es cierto que yo nunca llevé la actitud de fémina débil, me gané el respeto. Si había que cargar, se cargaba; si había que quitar bafles con lluvia a las cinco de la madrugada, allí estaba», relata y, en contrapartida, observa lo bien que sentaban los efusivos aplausos cuando superaba las expectativas de ese público receloso.
«Las tías somos la caña, antes y ahora», enfatiza y se felicita porque el panorama ha mejorado, mucho, y para muy bien. Ahora, advierte, hay referentes femeninos. Antes ni siquiera los tenían para la estética. Esos espejos han abierto mucho camino. Y las roqueras han dejado de ser lobas solitarias.DB
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